‘Requiem de Guerra’, la música como arquitecta de la paz (2025)

En la conclusión de la admirable serie “Resonance of Remembrance” (en español, “Resonancia del Recuerdo”) con la que la New World Symphony (NWS) conmemoró el octogésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, la academia orquestal americana se enfrentó al máximo desafío de su presente temporada, sumando coros y solistas ilustres, bajo la batuta de su actual director artistico Stéphane Denève. Fue una prueba de fuego que señaló un triunfo rotundo.

En la guerra no hay vencedores, sólo vencidos. Pérdida y dolor en cada bando equiparan el amargo sabor de una derrota y otra vez el arte, en este caso la música, obra como persuasivo bálsamo hacedor de una reconciliación que indefectiblemente debe llegar.

En esa ventana de la historia que va desde 1945 a 1962, Benjamin Britten, cuyo pacifismo equipara sus virtudes como compositor, fue tejiendo la intrincada trama de su “Requiem de guerra”, uno que en importancia e intensidad puede compararse a los de sus grandes predecesores: Mozart, Fauré, Verdi y Brahms. El británico parecería hermanarlos al evocar el lirismo celestial de los dos primeros con la conmovedora humanidad y sombría aceptación de los otros dos.

“Requiem…” es un complejo coloso de ineludible impacto que al principio desorienta para crecer dentro de cada escucha a medida que transcurre hasta dejarlo en sobrecogedor silencio. Britten apuesta a una atemporalidad que logra desde el primer acorde, signado por la ominosa incertidumbre que supo plasmar como ninguno. Son sus acordes de aire enrarecido por la tragedia latente la mejor ofrenda a los caídos así como el aviso denodado a los vivos por una inclaudicable defensa de la paz.

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La idea de una composición conciliadora nace en 1945 por la impresión causada cuando en calidad de pianista acompaña a Yehudi Menuhin para un recital a los sobrevivientes del campo de concentración de Bergen-Belsen. Transcurrirán dos décadas para que dé fruto como vehículo de la consagración de la nueva catedral de Coventry en 1962, destruída por las bombas alemanas en 1940. En esta resurrección, su requiem emergerá majestuoso y desafiante, aunando música y arquitectura nacidas de las cenizas.

‘Requiem de Guerra’, la música como arquitecta de la paz (1)

Su original modernidad se evidencia al combinar magistralmente textos litúrgicos con la poesía del joven Wilfred Owen, muerto en el frente de la Primera Guerra Mundial: “No me ocupo de la poesía. Mi tema es la guerra, y la compasión de la guerra. La poesía está en la compasión. Lo único que puede hacer un poeta hoy es advertir. Ésa es la razón por la que los poetas deben ser veraces”.

Así, Britten enlaza la futilidad de todas las guerras en un alegato descarnado donde reverberan sus previos “Ballad of Heroes” y “Sinfonia da Requiem” de 1940 asi como un proyectado oratorio “Mea Culpa” dedicado a las víctimas de Hiroshima y uno posterior por la muerte de Gandhi que no llegó a componer.

Tan certero como implacable, Britten construye su réquiem alrededor de tres solistas referenciales de las potencias enfrentadas - Gran Bretaña, Alemania y Rusia - a los que además une ideales y la vida misma: Peter Pears, su pareja y tenor inglés por antonomasia, Dietrich Fischer Dieskau, máximo barítono germánico de postguerra (que reclutado por la Wehrmacht fue tomado prisionero por los aliados en Italia) y la incandescente Galina Vishnevskaya, esposa de Rostropovich, a quien las autoridades soviéticas impedirán asistir a último momento dando la nota amarga del estreno mundial.

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Como un gigantesco fresco desplegado, la composición funciona en varios niveles simultáneos. Son universos yuxtapuestos que se encuentran y amalgaman en la imaginación de cada oyente: el más allá en el celestial coro de niños, la doliente humanidad en el coro central, la ferocidad de la existencia en la inmensa orquesta aplacada a su vez por la intimidad del ensamble de cámara.

‘Requiem de Guerra’, la música como arquitecta de la paz (2)

De endemoniada concertación, un apasionado Dèneve navegó con pericia las tempestades y remansos urdidos por Britten, desde las agoreras fanfarrias heroicas y sórdido batir de tambores de batalla al murmullo que crece como hormiguero ensordecedor de un primitivo Carl Orff hasta elevarse a otra dimensión, la de la inocencia infantil con la misma beatitud que Honegger impregna su “Juana de Arco en la hoguera”. Obvio desafío y a la vez, fiesta para la orquesta, asimismo es imposible no destacar el fervoroso Master Choral of South Florida a cargo del imprescindible Brett Karlin como uno de los absolutos puntales del éxito de la versión.

Hace veinticinco años, Christine Goerke grabó la parte en una notable versión bajo Robert Shafer. En música que obviamente adora, ubicada en alto junto al coro, la voz de la soprano emerge imponente, como victoriosa “force of nature”, especialmente en el “Sanctus”. En literal estado de gracia, cantando su función nonagésimo quinta del Réquiem, un emocionante Ian Bostridge pareció un amoroso ángel exterminador, brindando en el “Agnus Dei” un momento inolvidable, de rara, absoluta perfección. A su lado, el barítono Roderick Williams ofreció la nobleza de su canto al que Britten regala la estremecedora frase final “Soy el enemigo al que mataste, amigo mio…. durmamos ahora juntos” trayendo la inconmensurable quietud de la última reconciliación.

Como cuando hace veintiocho años el pionero James Judd lo estrenó con la Orquesta Filarmónica de Florida, esta versión vuelve a marcar un hito en la historia musical de nuestra ciudad apostando a una audiencia capaz de apreciarlo y por la que hay que dar crédito a la New World Symphony arriesgándose a programarla.

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Una obra ante la que es imposible permanecer indiferente (cuyo “Lacrymosa” como lamento de pájaro que no encuentra su nido, reverbera en cada espectador) es un manifiesto que trasciende nuestro tiempo e incontestable ejemplo de cuando la música conduce a reflexionar quienes somos y la obligación de aprender de los errores del pasado para no repetirlos. El pacifismo de Britten reflejado en su “Soy un artista, puedo crear pero no destruir”, quizás sin habérselo propuesto también refuerza el paradigma de Brecht: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad sino un martillo para darle forma”. Así sea.

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‘Requiem de Guerra’, la música como arquitecta de la paz (2025)
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Author: Patricia Veum II

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